Había una vez un Señor, de aquellos pocos que aún dan sentido a esa palabra. De aquellos cuya presencia no pasa desapercibida a nadie. Un Señor con aspecto serio y porte imponente que al entrar en una habitación hacía enmudecer el ambiente. De voz grave y pasos firmes. De esas personas a las que envidias solo por la seguridad que desprenden. Un Señor con barba, cómo no, y con una especial predilección por los buenos puros y el ron añejo con muchos años. Con vicios y gustos de Señor, como debía ser.
Un Señor de libro, que en otra época hubiese sido considerado todo un caballero.
Había una vez un Señor, que siempre sorprendía a medida que se le conocía. Capaz de no inmutarse ante una retahíla de soldados que a coro citaban: «a la orden, mi Coronel» al caminar, y al cabo de unos minutos bailar un «Cha-cha-cha» o cualquier tema «salsón». Un Señor que, hay que reconocerlo, donde mejor daba la talla era disponiendo de una sala llena de gente, un buen Tango y un poco de espacio para lucirse. Un Señor amante del protocolo hasta sus más absurdas consecuencias, pero que un día te sorprendía con camisetas de Dharma, Monkey Island o Juego de Tronos que el mismo tenía el valor de diseñar, o dejaba sonar casposos tonos de SMS a todo volumen en la iglesia, el día de tu boda. Un Señor que sabiendo aun de memoria reyes, batallas y política, fruto de una época en la que el estudio se centraba en memorizar, creaba sus propias páginas web, llevaba varios blogs, y te editaba alguna foto, vídeo o pista de sonido sin complicaciones. Sin duda, un rey del Trivial, difícil de vencer. Que tenía entre sus páginas más visitadas la de la RAE, pero que era capaz de citar diálogos de películas de Disney o incoherentes textos completos de «Les Luthiers».
Un Señor con muchos matices, que merecía la pena molestarse en conocer y querer.
Había una vez un Señor, del que tengo más de lo que nunca admito y menos de lo que en realidad desearía haber tenido. Que forma parte de mi y de quien soy en todos y cada uno de los aspectos de mi vida. Para lo bueno y para lo malo. Alguien que no solo ha sido un padre, sino una guía continua. Alguien con quien no cabía un «te quiero», ni siquiera un «bien hecho», pero con quien no hacían falta esas «mariconadas». Un Señor a quien incluso tratando continuamente de evitarlo, se le notaba cuando estaba orgulloso de ti o cuando estaba realmente agradecido. Un Señor con un corazón que simplemente no estaba acostumbrado a expresarse, pero que latía y se emocionaba con las pequeñas cosas.
Alguien de quien aprendí que lo importante es lo que haces por los demás y no que se vea claramente que has sido tu quien lo ha hecho. Que el sentido común es tu herramienta más valiosa para todo y la que menos gente sabe usar. Y que la felicidad está en hacer en cada momento aquellas cosas que te apasionan, aun siendo muy diferentes entre ellas, pero sin faltar nunca a aquello con lo que ya te has comprometido.
Un Señor que fue un padre muy distinto a otros, pero sin duda fue un gran padre.
Había una vez un Señor, con el que la vida no fue justa y al que la muerte no quiso esperar. Un Señor que nos ha sido robado de una forma cruel, con una enfermedad que él no podía batallar y que le fue quitando parte de su grandeza y gloria día a día. Pero un Señor que aun en sus últimos días, se descubrió rodeado de aquellos que le queríamos y se sorprendió y emocionó por ello. Que no luchó solo, y que no se dejó caer, aunque fuese solo por contradecir a los médicos unos días más. Pues era un Señor, pero un señor muy cabezón que nadie esperaba que cediese a la primera sin gritar la suya.
Un Señor importante, de los que dejan su huella. De los que consiguen que la gente no quepa en su propio funeral. De los que dejan un vacío en cientos de corazones, que nada puede llenar…
Chema, «Pare»: No puedes imaginarte lo mucho que vamos a echarte de menos…
Una respuesta a “Había una vez un Señor…”
Muy emotivo. Lo siento mucho :'(
¡Ánimo, campeón!